Definitivamente, la mayor dificultad a la que se enfrenta una persona cuando se dispone a escribir es romper el silencio de la página en blanco. A pesar de haber construido un plan de redacción previamente, es muy común que, al intentar verter todas las ideas generadas en esta etapa previa, se termine con la sensación de no haber expresado, de la manera más exacta, lo que se había pensado. Esta insatisfacción no siempre debería representar un problema; si se presenta, significa que existe la oportunidad de perfeccionar la redacción y que estás pensando en facilitarle la comprensión a un eventual lector.
Serna, J. M. (2014). Las propiedades textuales [ilustración]. Tomada de https://gonzalezserna.wordpress.com/2014/12/20/las-propiedades-textuales/
La redacción siempre debe tender a la claridad, puesto que nuestra finalidad es comunicar cierto mensaje a las personas que lean nuestro texto. En ese sentido, se puede aprovechar un carácter propio de la comunicación: ésta difiere en el tiempo; quien escribe lo hace desde un tiempo de reflexión, mientras que quien lo lee, lo hace desde otro, con circunstancias muy diferentes.
La diferencia en el tiempo de la transmisión del mensaje ofrece a quien se le destina la valiosa oportunidad de rectificar la precisión de sus palabras, tratando de englobar en cada una de ellas la mayor cantidad de información, de eliminar toda suerte de confusiones y de poder cambiar la forma de su discurso cuantas veces le sea posible; en otras palabras, se escribe mucho más con la goma, de lo que se hace con el lápiz.
Para lograr la efectiva construcción de un texto es muy recomendable dividirlo en partes; de tal forma, se garantiza que, comenzando por la parte más pequeña de su composición, haya cohesión en todos sus componentes. Por tanto, vamos a revisar el proceso para escribir un texto, partiendo de una idea inicial, para después convertirla en un párrafo y llegar al nivel textual.
La unidad más pequeña en que vamos a dividir el texto es la oración, puesto que la palabra ya tuvo su propio tratamiento en la elaboración de un bosquejo. Partamos desde el supuesto de que ya lo hemos hecho; en él, ya tenemos designados todos los apartados que queremos tratar, junto con sus subtemas. Todo eso que se imagina, se piensa o se reflexiona todavía es una imagen mental que no se ha materializado más que en pequeñas oraciones, frases o, incluso, sólo en palabras clave.
¿Cómo se concreta una idea en una oración tangible? A partir de la estructura, que sirve como base para la formación de oraciones en la lengua en que nos expresamos; en el caso particular del español, su estructura siempre sigue el mismo patrón: sujeto, verbo y complementos (SVC).
Algunas veces se usan formas sencillas, en otras, unas más elaboradas, dependiendo de qué tan complejo sea el asunto que queremos comunicar. Siempre será preferible que todas las oraciones sigan la estructura más simple, en la medida de lo posible; cuando se practique lo suficiente este ejercicio, se hallará un estilo propio para poder encontrar otra forma de ordenar los elementos de la oración.
Así, una vez que se haya esclarecido la idea central, se determinará si su núcleo es un sustantivo o un verbo. Cuando se identifica la categoría gramatical de éste, se buscará la información que nos ayude a complementar una oración; si la palabra clave fuera un sustantivo, se preguntará qué acción realiza o cuál es su atributo; por ejemplo, supongamos que la palabra clave es “contaminación”:
Por otro lado, si la palabra clave fuera un verbo, lo más lógico es preguntar sobre quién realiza la acción. Este elemento se coloca al principio de la oración; si hubiera otro complemento que fuera la respuesta a otras preguntas —qué hizo el sujeto, para o a quién, cómo, cuándo—, se coloca posterior al verbo. Cuando se sigue esta estructura para formar oraciones, se asegura que el mensaje se transmita de manera adecuada.
Generalmente, las imprecisiones suceden cuando las palabras elegidas tienen un significado muy amplio y, por lo mismo, representan uno vacío, igualmente, cuando se tiende a las generalizaciones o a una estructura diferente a la SVC, como la voz pasiva; por ejemplo, en la oración:
Se puede notar el error de la generalización, pues no se puede afirmar tajantemente que todos los estudiantes de matemáticas son inteligentes o no; lo mismo ocurre con palabras de significado absoluto, como siempre, nunca, ninguno, nadie, etc. Una solución posible para redactar esta oración sería la siguiente:
De esta manera, se evita que la afirmación se generalice; al mismo tiempo, se ofrecen mayores datos que ayudan a precisar la información vertida, con un significado mucho más específico y efectivo. Sucede lo mismo con palabras cuyo significado se ha extendido tanto, que han perdido sus propiedades expresivas, debido a su significado indefinido, como eso, esto, algo, cosa, hacer, área (por ejemplo, cuando nos referimos al Área de Recursos Humanos, tendremos dificultades para determinar si se trata de una oficina, una disciplina o un grupo de personas), en las que se reduce el significado de la expresión; por ejemplo:
Mi cuñado hace edificios
En esta oración, si bien es correcta gramaticalmente, la riqueza del vocabulario se pierde, pues el verbo hacer engloba una serie casi infinita de significados que se pueden matizar con palabras como edificar, planear, diseñar, construir, etc., que evocan con mayor fidelidad la ocupación aludida.
La misión de construir una oración inicial radica en la precisión; se trata de una elaboración no sólo escrita, sino también mental, en la que se piensa cuál es la manera más específica, se sopesa el significado de las palabras y se determina si son realmente eficaces. Cassany proporciona ocho consejos para escribir frases eficientes:
Sigue en todo momento estas recomendaciones que te ayudarán a resolver el punto más importante de la redacción: el arranque.
El párrafo es el siguiente nivel que se crea a partir de la unión de oraciones. Cada uno de los párrafos debe tener una estructura definida y coherente, por lo que es necesario seguir un método que nos ayude a escribir un buen párrafo.
Lo más esencial es iniciar por determinar la proposición inicial; ésta puede ser la oración que formamos en el apartado anterior, siempre y cuando resuma con toda claridad el punto medular, el problema central que convertiremos en un párrafo; es decir, que pueda fungir como una idea principal.
Una vez escrita la oración definitiva que funcionará como proposición inicial, hay que buscar otros apoyos que logren expandir o desarrollar esta idea; entre estos elementos, se puede recabar una cita, un ejemplo, una explicación o un argumento.
Los estudiantes que han obtenido mejores notas en matemáticas mostraron un desempeño favorable en otras materias relacionadas.
La directora de la Escuela Nacional Preparatoria 5, María Dolores Valle Martínez, expresó: “Los alumnos del turno matutino que se inscribieron a las clases extracurriculares de matemáticas demostraron una mayor capacidad de resolución de problemas en el concurso de habilidades cognitivas”.
Al comparar las calificaciones de los alumnos, antes y después de haber estudiado matemáticas, se puede constatar un incremento en el promedio de cada uno.
En la clase de matemáticas, se enseñó un método de resolución de problemas que se puede aplicar en otras situaciones, fuera del ámbito matemático.
Cuando se determina, por escrito, cuáles son los elementos que ayudan a expandir nuestra idea en un párrafo, se tendrá que buscar el orden en que podrá hilarse, discriminando la información que nos sirve y la que no, a la hora de la escritura:
Los estudiantes que han obtenido mejores notas en matemáticas mostraron un desempeño favorable en otras materias relacionadas; incluso, la directora de la Escuela Nacional Preparatoria 5, María Dolores Valle Martínez, expresó: “Los alumnos del turno matutino que se inscribieron a las clases extracurriculares de matemáticas demostraron una mayor capacidad de resolución de problemas en el concurso de habilidades cognitivas”. Lo anterior se debió gracias a que, en la clase de matemáticas, se enseñó a los alumnos un método de resolución de problemas que se puede aplicar en otras situaciones, fuera del ámbito matemático.
El ejercicio de este método te puede ayudar a reconocer y a acostumbrarte a una forma fija para elaborar un párrafo, con una estructura sólida para que, por la repetición, puedas realizarlo de manera más libre y con mayor estilo.
El último nivel lo podemos alcanzar cuando podemos hilar más de dos párrafos con el orden adecuado. La estructura básica para constituir un texto es que contenga una introducción, un desarrollo y una conclusión. En tal supuesto, cada párrafo debe representar la naturaleza textual más adecuada para comunicar el objetivo de cada una de estas partes.
Así, para garantizar que nuestro texto sea lo suficientemente lógico, se deben elegir los elementos de transición más adecuados para hilar un párrafo con el siguiente; por lo general, estos elementos son una frase o una palabra que se colocan al principio de la primera oración, o bien, muy cerca del principio.
Con el seguimiento de este método, al mismo tiempo que obtienes un escrito mucho más efectivo, también aseguras tener las tres cualidades de la redacción moderna: la claridad, que se encontrará en la precisión del léxico y en la adecuada escritura de cada oración, la coherencia, que veremos en la estructura de los párrafos, y el orden lógico, con que se construye el texto.
Es muy importante reflexionar sobre las palabras que elegimos a la hora de redactar; en general, debemos evitar la tendencia de incluir palabras como cosa, algo o hacer, para referirnos a objetos o acciones que tienen un vocablo más exacto para expresar una idea.
No existe una receta definitiva para elaborar un buen escrito, pero sí se puede determinar un cierto criterio de efectividad, si se sigue un método que consista en dividir la escritura de un texto en partes mínimas.
Fuentes de información
Basulto, H. (2016). Curso de redacción dinámica. Ciudad de México: Trillas.
Cassany, D. (2016). La cocina de la escritura. Barcelona: Anagrama.
Jakobson, R. (1981). Ensayos de lingüística general. Barcelona: Seix Barral.
Maqueo, A. M. (2016). Redacción. Ciudad de México: Trillas.
Alonso, M. (1990). Ciencia del lenguaje y arte del estilo. Madrid: Aguilar.
Martín, G. (1999). Curso de redacción. Del pensamiento a la palabra. Teoría y práctica de la composición y del estilo. Ciudad de México: Paraninfo.
Serafini, M. T. (1996). Cómo se escribe. Barcelona: Paidós.
Cómo citar
Mejía, A. (2018). De la oración al párrafo. Unidades de Apoyo para el Aprendizaje. CUAED/FES Acatlán-UNAM. Consultado el (fecha) de (vínculo)